Epicuro

 Epicuro de Samos


Éticas del período helenístico. 

Durante el período helenístico, los griegos viven momentos de desconcierto político y moral por la aparición de los grandes imperios (primero el de Alejandro Magno y posteriormente el Imperio Romano), que traen consigo un alejamiento de los ciudadanos respecto a los centros del poder político, con la consiguiente pérdida de interés del individuo por los asuntos de la polis, dado que ésta ha perdido el protagonismo del que gozaba en los siglos anteriores. Ante el desconcierto reinante, el estoicismo y el epicureísmo –las dos escuelas filosóficas más importantes de dicho período-, reconducen la investigación ética a la pregunta por la felicidad de los individuos, y ambas están de acuerdo en afirmar, siguiendo la tradición griega, que felicidad y sabiduría se identifican. Destruida la confianza en la polis, “sabio” será ahora “aquel que vive de acuerdo a la naturaleza”. Pero estoicos y epicúreos discrepan en cuanto a la manera de entender el concepto de naturaleza, y en consecuencia tampoco están de acuerdo en cuanto al ideal de hombre sabio.

Introducción:

La filosofía epicúrea queda fijada en la doctrina de su fundador Epicuro de Samos mientras que sus discípulos se dedicaron a transmitir las enseñanzas de quien llamaban maestro.

Sus seguidores difundieron el epicureísmo en Grecia, Asia Menor, Egipto e Italia, traduciendo incluso sus textos al latín. Su más destacado seguidor en Roma será Lucrecio quien en su poema titulado "De rerum natura" (De la naturaleza de las cosas) hizo una defensa vehemente y bella de las doctrinas epicúreas.

Fue una filosofía polémica para su época fueron admirados por algunos y criticados férreamente por otros que les acusaban de ateísmo, materialismo y de llevar una vida disoluta.

Fueron perseguidos por sus ideas que iban en contra de la religión oficial y supersticiosa así como contra la utilización política de ésta.

Tienen seguidores, aunque minoritarios y entre las capas cultas, hasta el siglo V d. C. El triunfo del cristianismo y su monopolio moral y cultural a lo largo del medievo impidió y reprimió este movimiento ético. En el siglo XVI-XVII se recuperaron sus textos y sus ideas volvieron a ser tenidas en cuenta.

Epicuro y el Jardín:

Epicuro, fundador del epicureísmo, nació en el 341 a. C. en la isla griega de Samos y murió en el año 270 a. C.

En el año 306 a. C. se instala en la ciudad de Atenas donde funda su escuela que recibirá el nombre de El Jardín. El nombre proviene del jardín que tenía adosado la casa que él compró a las afueras de la ciudad cuando se instaló en Atenas. El Jardín no era, tal como afirmaba Cicerón, un lugar dedicado a la lujuria, sino al contrario, un huerto que proveía de alimentos a la comunidad epicúrea.

Esta comunidad tenía elementos revolucionarios para la época:

1) Como consecuencia de su cosmopolitismo era una escuela abierta a todo el mundo sin distinción de raza, sexo o condición social. Así, una parte de los miembros que la componen son mujeres y esclavos, y no solamente hombres a diferencia de otras escuelas.

2) Para ingresar bastaba con saber leer. No era necesario dominar diversas técnicas o conocimientos filosóficos previos, sino solamente aceptar y aprender las enseñanzas del maestro.

3) Todos ellos están unidos por el vínculo de la amistad, una de las más grandes fuentes de felicidad y refugio contra la soledad dentro de este mundo competitivo que es la sociedad.

4) Los valores como la competitividad o el triunfo social no tenían sentido en la comunidad: "Pasa desapercibido mientras vivas", era una de sus máximas.

Fuentes:

Debido a ser durante mucho tiempo una filosofía perseguida de Epicuro nos han llegado muy pocas obras y fragmentos, entre ellos cabe destacar: las "Máximas capitales", la "Carta a Meneceo", la “Carta a Herodoto” y la “Carta a Pitocles”.

Contexto histórico-Cultural:

Es una época de crisis, inestabilidad y de inseguridad.

a) En el plano político. Entre los años 307 y 261 a. C. se suceden diversas guerras y revueltas, el gobierno cambia siete veces de mano, los partidos se disputan el poder por métodos poco ortodoxos: asesinatos, incendios, pillaje, etc. Ninguno se siente protegido, la miseria y la muerte alcanzan a todos sin distinción.

b) En el plano cultural. Esta inseguridad se refleja culturalmente en el auge de la superstición y de las religiones sentimentales, en una búsqueda por conocer el futuro, el destino ante la crisis. El sentimiento de inseguridad ante el destino se intenta mitigar recurriendo a técnicas adivinatorias. Existe por otra parte una utilización política de la religión que intenta atemorizar al vulgo para evitar así sus quejas o insurrecciones. Desde ella se fomenta la creencia en la providencia (los dioses intervienen en la vida de los seres humanos), la existencia de un juicio post-morten y la creencia en fantasmas y otros seres terroríficos. A ello se le añade la creencia tradicional griega en la “moira” o destino (la fatalidad) que está incluso por encima del poder de los dioses.

Ética:

El epicureísmo es una ética hedonista, esto es, una explicación de la moral en términos de búsqueda de la felicidad entendida como placer, como satisfacción de carácter sensible. No se trata de la primera ética hedonista de la historia, puesto que ya entre los sofistas hubo algunos partidarios de estos planteamientos, y entre los discípulos de Sócrates hubo también una corriente, la de los “cirenaicos”, que defendió que el bien humano se identifica con el placer, particularmente con el placer sensual e inmediato. Sin embargo, como ya hemos visto, ese hedonismo incipiente fue agudamente criticado por Platón y Aristóteles, de modo que hubo que esperar a las propuestas de Epicuro para disponer de un modelo de hedonismo filosóficamente más maduro.

Epicuro de Samos (341-270) sostiene que, si lo que mueve nuestra conducta es la búsqueda del placer, será sabio quien sea capaz de calcular correctamente qué actividades nos proporcionan mayor placer y menor dolor, es decir, quien consiga conducir su vida calculando la intensidad y duración de los placeres, disfrutando de los que tienen menos consecuencias dolorosas y repartiéndolos con medida a lo largo de la existencia. Dos son, por tanto, las condiciones que hacen posible la verdadera sabiduría y la auténtica felicidad: el placer y el entendimiento calculador. Este último nos permite distinguir varias clases de placeres, correspondientes a distintos tipos de deseo.

Texto fuente - Carta a Meneceo

Epicuro

Cuando se es joven, no hay que vacilar en filosofar, y cuando se es viejo, no hay que cansarse de filosofar. Porque nadie es demasiado joven o demasiado viejo para cuidar su alma. Aquel que dice que la hora de filosofar aún no ha llegado, o que ha pasado ya, se parece al que dijese que no ha llegado aún el momento de ser feliz, o que ya ha pasado. Así pues, es necesario filosofar cuando se es joven y cuando se es viejo: en el segundo caso para rejuvenecerse con el recuerdo de los bienes pasados, y en el primer caso para ser, aún siendo joven, tan intrépido como un viejo ante el porvenir. Por tanto hay que estudiar los medios de alcanzar la felicidad, porque, cuando la tenemos, lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para conseguirla.

Por consiguiente, medita y practica las enseñanzas que constantemente te he dado, pensando que son los principios de una vida bella.

En primer lugar, debes saber que Dios es un ser viviente inmortal y bienaventurado, como indica la noción común de la divinidad, y no le atribuyas nunca ningún carácter opuesto a su inmortalidad y a su bienaventuranza. Al contrario, cree en todo lo que puede conservarle esta bienaventuranza y esta inmortalidad. Porque los dioses existen, tenemos de ellos un conocimiento evidente; pero no son como cree la mayoría de los hombres. No es impío el que niega los dioses del común de los hombres, sino al contrario, el que aplica a los dioses las opiniones de esa mayoría. Porque las afirmaciones de la mayoría no son anticipaciones, sino conjeturas engañosas. De ahí procede la opinión de que los dioses causan a los malvados los mayores males y a los buenos los más grandes bienes. La multitud, acostumbrada a sus propias virtudes, sólo acepta a los dioses conformes con esta virtud y encuentra extraño todo lo que es distinto de ella.

En segundo lugar, acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que el bien y el mal no existen más que en la sensación, y la muerte es la privación de sensación. Un conocimiento exacto de este hecho, que la muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la inmortalidad. Pues en la vida nada hay temible para el que ha comprendido que no hay nada temible en el hecho de no vivir. Es necio quien dice que teme la muerte, no porque es temible una vez llegada, sino porque es temible el esperarla. Porque si una cosa no nos causa ningún daño en su presencia, es necio entristecerse por esperarla. Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte, no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son. La mayoría de los hombres, unas veces teme la muerte como el peor de los males, y otras veces la desea como el término de los males de la vida. [El sabio, por el contrario, ni desea] ni teme la muerte, ya que la vida no le es una carga, y tampoco cree que sea un mal el no existir. Igual que no es la abundancia de los alimentos, sino su calidad lo que nos place, tampoco es la duración de la vida la que nos agrada, sino que sea grata. En cuanto a los que aconsejan al joven vivir bien y al viejo morir bien, son necios, no sólo porque la vida tiene su encanto, incluso para el viejo, sino porque el cuidado de vivir bien y el cuidado de morir bien son lo mismo. Y mucho más necio es aún aquel que pretende que lo mejor es no nacer, «y cuando se ha nacido, franquear lo antes posible las puertas del Hades». Porque, si habla con convicción, ¿por qué él no sale de la vida? Le sería fácil si está decidido a ello. Pero si lo dice en broma, se muestra frívolo en una cuestión que no lo es. Así pues, conviene recordar que el futuro ni está enteramente en nuestras manos, ni completamente fuera de nuestro alcance, de suerte que no debemos ni esperarlo como si tuviese que llegar con seguridad, ni desesperar como si no tuviese que llegar con certeza.

En tercer lugar, hay que comprender que entre los deseos, unos son naturales y los otros vanos, y que entre los deseos naturales, unos son necesarios y los otros sólo naturales. Por último, entre los deseos necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y los otros para la vida misma. Una teoría verídica de los deseos refiere toda preferencia y toda aversión a la salud del cuerpo y a la ataraxia [del alma], ya que en ello está la perfección de la vida feliz, y todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud. Y una vez lo hemos conseguido, se dispersan todas las tormentas del alma, porque el ser vivo ya no tiene que dirigirse hacia algo que no tiene, ni buscar otra cosa que pueda completar la felicidad del alma y del cuerpo. Ya que buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento. Cuando no sufrimos no tenemos ya necesidad del placer.

Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es el que nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la sensibilidad como criterio del bien. Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo. Por consiguiente, todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable. Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor. Y por tanto, todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y molestias que proporcionan. En efecto, en algunos casos tratamos el bien como un mal, y en otros el mal como un bien.

A nuestro entender la autarquía es un gran bien. No es que debamos siempre contentarnos con poco, sino que, cuando nos falta la abundancia, debemos poder contentarnos con poco, estando persuadidos de que gozan más de la riqueza los que tienen menos necesidad de ella, y que todo lo que es natural se obtiene fácilmente, mientras que lo que no lo es se obtiene difícilmente. Los alimentos más sencillos producen tanto placer como la mesa más suntuosa, cuando está ausente el sufrimiento que causa la necesidad; y el pan y el agua proporcionan el más vivo placer cuando se toman después de una larga privación. El habituarse a una vida sencilla y modesta es pues un buen modo de cuidar la salud y además hace al hombre animoso para realizar las tareas que debe desempeñar necesariamente en la vida. Le permite también gozar mejor de una vida opulenta cuando la ocasión se presente, y lo fortalece contra los reveses de la fortuna. Por consiguiente, cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que pueden aportar al alma la mayor inquietud.

Por tanto, el principio de todo esto, y a la vez el mayor bien, es la sabiduría. Debemos considerarla superior a la misma filosofía, porque es la fuente de todas las virtudes y nos enseña que no puede llegarse a la vida feliz sin la sabiduría, la honestidad y la justicia, y que la sabiduría, la honestidad y la justicia no pueden obtenerse sin el placer. En efecto, las virtudes están unidas a la vida feliz, que a su vez es inseparable de las virtudes.

¿Existe alguien al que puedas poner por encima del sabio? El sabio tiene opiniones piadosas sobre los dioses, no teme nunca la muerte, comprende cuál es el fin de la naturaleza, sabe que es fácil alcanzar y poseer el supremo bien, y que el mal extremo tiene una duración o una gravedad limitadas.

En cuanto al destino, que algunos miran como un déspota, el sabio se ríe de él. Valdría más, en efecto, aceptar los relatos mitológicos sobre los dioses que hacerse esclavo de la fatalidad de los físicos: porque el mito deja la esperanza de que honrando a los dioses los haremos propicios mientras que la fatalidad es inexorable. En cuanto al azar (fortuna, suerte), el sabio no cree, como la mayoría, que sea un dios, porque un dios no puede obrar de un modo desordenado, ni como una causa inconstante. No cree que el azar distribuya a los hombres el bien y el mal, en lo referente a la vida feliz, sino que sabe que él aporta los principios de los grandes bienes o de los grandes males. Considera que vale más mala suerte razonando bien, que buena suerte razonando mal. Y lo mejor en las acciones es que la suerte dé el éxito a lo que ha sido bien calculado.

Por consiguiente, medita estas cosas y las que son del mismo género, medítalas día y noche, tú solo y con un amigo semejante a ti. Así nunca sentirás inquietud ni en tus sueños, ni en tus vigilias, y vivirás entre los hombres como un dios. Porque el hombre que vive en medio de los bienes inmortales ya no tiene nada que se parezca a un mortal.

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Carta a Meneceo, de R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua, Herder, Barcelona 1982, p.93-97.

Actividad:

1- Señale todos los puntos de semejanza y de divergencia entre las conductas (incluidas las creencias) del protagonista y la posición de Epicuro.

Eduardo ansiaba desde joven ser rico. Para lograrlo, a partir de un capital inicial relativamente modesto, comenzó a realizar arriesgadas operaciones financieras e invirtió el dinero ganado en distintos países, consiguiendo aumentar considerablemente sus rentas. No obstante, no dilapido su fortuna, sino que dono gran parte de ella para obras de bien público y ayudo a varios de sus amigos que no estaban en una situación económica similar a la suya. Cuando alguien lo elogia por su habilidad para los negocios Eduardo se encoje de hombros señalando “que ya está escrito” que debe ser rico al igual que lo que debe ser gordo. Alude con esto último a su gran voracidad, que lo hace desobedecer incluso al médico no respetando la dieta que le ha fijado. Solo por el miedo que siente ante la muerte logra a veces superar la tentación de ingerir los alimentos prohibidos. Eduardo esta totalmente convencido de que el dinero permite conseguir la felicidad y por eso se dedica de lleno a obtenerlo.

2- La siguiente serie de preguntas es conocida como la paradoja de Epicuro en ella se desafía la imagen que las grandes religiones tienen de Dios.

¿Es que Dios quiere prevenir la maldad, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces la maldad? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?

Realice una reflexión a partir de la paradoja que plantea Epicuro. ¿Cuál es en definitiva el origen del mal en el mundo? ¿La existencia del mal y el sufrimiento niegan la existencia de Dios?

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